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martes, 21 de febrero de 2017

CAMPAÑA DE ORACIÓN

Oramos para que la fuerza de Dios se haga grande en ti 

OFRECEMOS ESTE SALMO 91 POR TU PRONTA LIBERACIÓN 
SALMO 91
1 El que habita al abrigo del Altísimo
    se acoge a la sombra del Todopoderoso.
2 Yo le digo al Señor: «Tú eres mi refugio,
    mi fortaleza, el Dios en quien confío».
3 Solo él puede librarte de las trampas del cazador
    y de mortíferas plagas,
4 pues te cubrirá con sus plumas
    y bajo sus alas hallarás refugio.
    ¡Su verdad será tu escudo y tu baluarte!
5 No temerás el terror de la noche,
    ni la flecha que vuela de día,
6 ni la peste que acecha en las sombras
    ni la plaga que destruye a mediodía.
7 Podrán caer mil a tu izquierda,
    y diez mil a tu derecha,
    pero a ti no te afectará.
8 No tendrás más que abrir bien los ojos,
    para ver a los impíos recibir su merecido.
9 Ya que has puesto al Señor por tu[a] refugio,
    al Altísimo por tu protección,
10 ningún mal habrá de sobrevenirte,
    ninguna calamidad llegará a tu hogar.
11 Porque él ordenará que sus ángeles
    te cuiden en todos tus caminos.
12 Con sus propias manos te levantarán
    para que no tropieces con piedra alguna.
13 Aplastarás al león y a la víbora;
    ¡hollarás fieras y serpientes!
14 «Yo lo libraré, porque él se acoge a mí;
    lo protegeré, porque reconoce mi nombre.
15 Él me invocará, y yo le responderé;
    estaré con él en momentos de angustia;
    lo libraré y lo llenaré de honores.
16 Lo colmaré con muchos años de vida
    y le haré gozar de mi salvación».

lunes, 20 de febrero de 2017

ORAMOS POR LA LIBERACIÓN DE LA HNA. GLORIA CECILIA

Dios es nuestro REFUGIO y nuestra FUERZA, una ayuda presente ante los problemas y dificultades, ella solo quiere servir a Dios, extender su Reino haciendo el bien a niños muy necesitados.

Dios bendiga y proteja a la Hna. Gloria Cecilia Narváez y transforme el corazón de tantas personas que quieren hacer el mal a personas buenas.

25 Años de vivir intensamente el compromiso bautismal, respondiendo al llamado de Jesús, como Franciscanas de María inmaculada




Alabamos y bendecimos a Dios por estos 25 años de amor y fidelidad de Dios para nuestras queridas Hermanas Sol Ángel Díaz Villabona y Jeannette Parmantie Rzany
Dios les bendiga mucho y sean siempre muy felices en esta bella Vocación y Consagración
FELICITACIONES 

sábado, 4 de febrero de 2017

MENSAJE DE CLAR A LA VIDA CONSAGRADA

Muy queridas hermanas y hermanos:
¡Muchas felicidades en este “nuestro día”! Nunca acabaremos de agradecer “nuestra hermosa vocación”, que ha tenido su iniciativa en el amor de Dios Trinidad. ¿Qué la sostiene en este momento? ¿Qué le apasiona? ¿Qué la alimenta? Me vienen estas y más preguntas. La vocación no es algo que recibimos en el pasado, lo sabemos. Se actualiza cada día, como la memoria eucarística. Hablar de nuestra hermosa vocación es compartir lo que hoy la sostiene, la impulsa, la preocupa, la apasiona, como nos lo recuerda nuestro querido Papa Francisco. Por eso, hoy es un día de hacer memoria agradecida.
La vocación es sobre todo una experiencia, un encuentro. La vocación nos vuelve, por así decirlo, testigos de ese encuentro y con nuestra vida lo confesamos. Uno de los horizontes de novedad del caminar de la VC en América Latina y el Caribe es el de volver la mirada a la Trinidad. Y hoy las y los invito a volver nuestra mirada especialmente a Jesús, el Verbo hecho carne, y renovar en este día nuestra confessio trinitatis, confesando que Jesús es nuestro mayor Tesoro, y que nuestra más grande alegría es compartirlo.
Una VC que confiesa que Jesús es su mayor Tesoro es…
Feliz, porque ha encontrado su mayor Tesoro que es Jesús y porque tiene muchos motivos para la alegría. La tristeza muchas veces es fruto de nuestra distracción, de nuestra falta de atención ante tanta gracia y tanta vida que nos envuelve. Lo tenemos todo, lo tenemos a Él. Además tenemos hermanas y hermanos con quienes compartimos la vida y que nos sostienen en el camino. Tenemos una casa donde respiramos, nos acogemos y cuidamos mutuamente; donde tomamos fuerza para la misión. Tenemos además un proyecto de vida que nos parece apasionante, por el cual damos el salto de la cama cada mañana y vamos a dormir como quienes han hecho lo que teníamos qué hacer (cf. Lc 17,10). Tenemos los Sacramentos que nos dan la vida de la gracia, la Eucaristía y su Palabra. Tenemos a nuestros hermanos más pobres, quienes son también nuestro tesoro que hay que cuidar. Quien es feliz se siente pleno porque lo tiene Todo. ¿Realmente mi felicidad está en Jesús? ¿Cuál es el motivo de algunas de mis tristezas o desalientos? ¿Acostumbro quejarme frecuentemente de lo que no tengo? Realmente, ¿qué me falta para ser más feliz como consagrada o consagrado?
Orante, porque como Jesús, sabe buscar espacios gratuitos para estar con el Padre, en el silencio del corazón y en la escucha de su Palabra. Porque todo el trabajo y la acción apostólica no agotan su sed de volver continuamente a la fuente de su amor y de su entrega. Porque sabe ir contra el tiempo, es decir, buscar tiempos alternativos donde lo que importa no es el afanoso hacer, ni el buscar resultados, sino el estar, dejarse hacer, amar. Una VC orante porque quiere decantar los pensamientos, las palabras, las acciones, las relaciones, los sentimientos, para aclarar el agua, para ver con más transparencia por dónde nos lleva el Espíritu. Orante también porque orando es cuando aprende a asimilar tantos rostros, tantas situaciones que golpean a la humanidad y también nuestro corazón, y desde la oración surge entonces la palabra, la actitud, el gesto profético que por vocación estamos llamadas y llamados a testimoniar. ¿Sé crear mis tiempos de oración personal, y recrearlos cada día, aún en medio de tareas que me absorben? ¿De qué manera estos tiempos gratuitos marcan y orientan todo mi ser y quehacer durante el día?
Discípula, pues tiene un Maestro a quien seguir, y propio de ella es el seguimiento. Una VC que siempre aprende algo nuevo, que se pone a la escucha del Espíritu y de la humanidad, que sabe escuchar también a la creación porque en todo, en todo “interviene Dios” (Rm 8,28). Discípula en camino, porque a la escucha le sigue el paso, sigue el moverse, el salir. Y porque es discípula sabe dialogar, y aprende de las y los demás con quienes vive su seguimiento de Jesús. ¿Cómo estoy en mi capacidad de aprender cada día algo nuevo, del Señor, de su Palabra, de las y los demás, de la vida, de la creación? ¿Advierto y me maravillo ante lo nuevo, o tiendo a manifestarme satisfecho de mí misma o de mí mismo?
Misionera, como Jesús, el Misionero del Padre y del Espíritu Santo; porque sale al encuentro de la vida, aprisa, como María de la Visitación. Porque se sabe consagrada para la misión, es decir, se sabe enviada, pertenencia de Dios y pertenencia de los demás, y no se entiende sin servir, sin darse, sin entrega cotidiana, sin pasión por la salvación de todas y todos. ¿Considero mi vida misionera, esté donde esté, haga lo que haga? ¿Todo lo que vivo y hago lo vivo misioneramente, para que las y los demás tengan vida, y vida en abundancia?
Solidaria, porque como Jesús hace suya la causa de los más débiles, de los pobres, de quien sufre. Solidaria porque es humana, porque comparte la misma suerte que todos sus hermanos, y no es indiferente ante sus situaciones de injusticia, de marginación, de desigualdad. ¿Cómo ser hoy una VC solidaria especialmente con quienes están amenazados en su dignidad por su raza, condición social, religión, etc.? ¿Qué tendrían qué hacer o decir nuestros carismas para confesar nuestro amor solidario por la humanidad más vulnerada? ¿Cuáles son, en este momento, las realidades más necesitadas de nuestra solidaridad concreta?
Pequeña, como se ha hecho Dios por amor a nosotras/os. Dios escribe con letras pequeñas, dice un libro[1]. Una VC que vive la radicalidad de la irrelevancia, de la pequeñez, del saber “pasar como uno de tantos” (Fil 2,6-8), “haciendo el bien” (Hch 10,38). Esta pequeñez no mengua la fuerza y la audacia propia de las acciones pequeñas, de los compromisos cotidianos, de la vida que se entrega ya sea en un cargo muy importante o en una responsabilidad muy sencilla. La pequeñez es alma de las personas grandes, y tal vez sea la nueva profecía de la VC. ¿Cómo asumo mis pequeñas-grandes responsabilidades diarias? ¿Le doy importancia a los pequeños gestos, compromisos? ¿Creo en la fuerza que tiene el camino de la pequeñez, de las pequeñas acciones que pueden generar grandes cambios?
Profecía, al estilo de la profecía de Jesús, que fue también martirial. Es cierto que nos falta recuperarla, pero de acuerdo al hoy. Cuántos hombres y mujeres profetas en la VC de América Latina y el Caribe, que están sosteniendo la voz de nuestras hermanas y hermanos en situaciones difíciles, que están cuidando la vida de muchos pueblos, que en los rinconcitos más remotos están ahí, acompañando con ternura y compasión, educando, sanando, promoviendo, impulsando; cuántas mujeres y hombres en la VC adentrados en los ámbitos culturales, proponiendo los valores del Reino como norma de vida y camino para construir el bien común. Esta profecía de la VC quiere decirle a la humanidad que el camino no es la fuerza sino la bondad, que la maldita violencia, como dice la canción, se contrarresta con personas artesanas de la paz; que la injusticia se denuncia a tiempo y a destiempo sumándonos todas/os en oración solidaria, en protestas pacíficas, o en acuerdos comunes; que no estamos de acuerdo con actitudes que amenazan la dignidad de las personas y de los pueblos; que la prepotencia no triunfa sobre los pueblos que se unen para defender sus derechos y su soberanía; que los muros sólo hablan de lo débil que podemos ser para enfrentar la diversidad, de lo egoístas que podemos llegar a ser cuando queremos preservarnos y engrandecernos a nosotras/os mismos, del poder que tiene el miedo al encuentro que nos cambia. Esta profecía desde lo pequeño puede ser atómica, puede provocar la revolución del amor, de la solidaridad, de la igualdad, de la fraternidad que salvará al mundo de sus intereses egoístas, que nos están llevando a una gran deshumanización.
Celebrar este día de la VC nos dice hoy muchas cosas. No nos desanimemos por estar disminuyendo, por tener más canas y años, por los pocos relevos y por las famosas obras que nos sobrepasan. Nuestros desafíos son tan grandes como los que vivieron las primeras comunidades de la Iglesia naciente. Que nos anime la fuerza de nuestra hermosa vocación, la cual nos hace vivir este momento con pasión, porque estamos convencidas y convencidos de que nuestra VC vale la pena, vale la vida, y que mientras descubrimos sus nuevas formas, no dejamos de entregarnos desde lo pequeño y cotidiano, desde lo que hoy nos sostiene, nos apasiona, nos empuja a salir aprisa al encuentro de la vida. Y lo que nos sostiene, apasiona y empuja es nuestro Tesoro, Jesús. Una VC así, necesariamente es fecunda, y creo en lo profundo de mi corazón, que si vivimos así, estamos en camino de verla florecer y de hacer que acontezca la cosecha.
María de la Visitación, nos sostiene en esta esperanza. Ella, que ha sabido de espadas que atraviesan el corazón, sabe que una VC atravesada por la espada del desconcierto y de la dificultad, va por un camino de Evangelio y de significatividad profética. Desde luego, en la medida que viva feliz, que sea orante, discípula, misionera, solidaria, pequeña y profeta; en la medida que sea memoria del modo de ser y de actuar de Jesús.

Hna. Mercedes L. Casas Sánchez, FSpS
Presidenta de la CLAR

MENSAJE DEL SANTO PADRE FRANCISCO PARA LA JORNADA MUNDIAL DEL MIGRANTE Y DEL REFUGIADO

Queridos hermanos y hermanas:
«El que acoge a un niño como este en mi nombre, me acoge a mí; y el que me acoge a mí, no me acoge a mí, sino al que me ha enviado» (Mc 9,37; cf. Mt 18,5; Lc 9,48; Jn 13,20). Con estas palabras, los evangelistas recuerdan a la comunidad cristiana una enseñanza de Jesús que apasiona y, a la vez, compromete. Estas palabras en la dinámica de la acogida trazan el camino seguro que conduce a Dios, partiendo de los más pequeños y pasando por el Salvador. Precisamente la acogida es condición necesaria para que este itinerario se concrete: Dios se ha hecho uno de nosotros, en Jesús se ha hecho niño y la apertura a Dios en la fe, que alimenta la esperanza, se manifiesta en la cercanía afectuosa hacia los más pequeños y débiles. La caridad, la fe y la esperanza están involucradas en las obras de misericordia, tanto espirituales como corporales, que hemos redescubierto durante el reciente Jubileo extraordinario.
Pero los evangelistas se fijan también en la responsabilidad del que actúa en contra de la misericordia: «Al que escandalice a uno de estos pequeños que creen en mí, más le valdría que le colgasen una piedra de molino al cuello y lo arrojasen al fondo del mar» (Mt 18,6; cf. Mc 9,42; Lc 17,2). ¿Cómo no pensar en esta severa advertencia cuando se considera la explotación ejercida por gente sin escrúpulos, ocasionando daño a tantos niños y niñas, que son iniciados en la prostitución o atrapados en la red de la pornografía, esclavizados por el trabajo de menores o reclutados como soldados, involucrados en el tráfico de drogas y en otras formas de delincuencia, obligados a huir de conflictos y persecuciones, con el riesgo de acabar solos y abandonados?
Por eso, con motivo de la Jornada Mundial del Emigrante y del Refugiado, que se celebra cada año, deseo llamar la atención sobre la realidad de los emigrantes menores de edad, especialmente los que están solos, instando a todos a hacerse cargo de los niños, que se encuentran desprotegidos por tres motivos: porque son menores, extranjeros e indefensos; por diversas razones, son forzados a vivir lejos de su tierra natal y separados del afecto de su familia.
Hoy, la emigración no es un fenómeno limitado a algunas zonas del planeta, sino que afecta a todos los continentes y está adquiriendo cada vez más la dimensión de una dramática cuestión mundial. No se trata sólo de personas en busca de un trabajo digno o de condiciones de vida mejor, sino también de hombres y mujeres, ancianos y niños que se ven obligados a abandonar sus casas con la esperanza de salvarse y encontrar en otros lugares paz y seguridad. Son principalmente los niños quienes más sufren las graves consecuencias de la emigración, casi siempre causada por la violencia, la miseria y las condiciones ambientales, factores a los que hay que añadir la globalización en sus aspectos negativos. La carrera desenfrenada hacia un enriquecimiento rápido y fácil lleva consigo también el aumento de plagas monstruosas como el tráfico de niños, la explotación y el abuso de menores y, en general, la privación de los derechos propios de la niñez sancionados por la Convención Internacional sobre los Derechos de la Infancia.
La edad infantil, por su particular fragilidad, tiene unas exigencias únicas e irrenunciables. En primer lugar, el derecho a un ambiente familiar sano y seguro donde se pueda crecer bajo la guía y el ejemplo de un padre y una madre; además, el derecho-deber de recibir una educación adecuada, sobre todo en la familia y también en la escuela, donde los niños puedan crecer como personas y protagonistas de su propio futuro y del respectivo país. De hecho, en muchas partes del mundo, leer, escribir y hacer cálculos elementales sigue siendo privilegio de unos pocos. Todos los niños tienen derecho a jugar y a realizar actividades recreativas, tienen derecho en definitiva a ser niños.
Sin embargo, los niños constituyen el grupo más vulnerable entre los emigrantes, porque, mientras se asoman a la vida, son invisibles y no tienen voz: la precariedad los priva de documentos, ocultándolos a los ojos del mundo; la ausencia de adultos que los acompañen impide que su voz se alce y sea escuchada. De ese modo, los niños emigrantes acaban fácilmente en lo más bajo de la degradación humana, donde la ilegalidad y la violencia queman en un instante el futuro de muchos inocentes, mientras que la red de los abusos a los menores resulta difícil de romper.
¿Cómo responder a esta realidad?
En primer lugar, siendo conscientes de que el fenómeno de la emigración no está separado de la historia de la salvación, es más, forma parte de ella. Está conectado a un mandamiento de Dios: «No oprimirás ni vejarás al forastero, porque forasteros fuisteis vosotros en Egipto» (Ex 22,20); «Amaréis al forastero, porque forasteros fuisteis en Egipto» (Dt 10,19). Este fenómeno es un signo de los tiempos, un signo que habla de la acción providencial de Dios en la historia y en la comunidad humana con vistas a la comunión universal. Sin ignorar los problemas ni, tampoco, los dramas y tragedias de la emigración, así como las dificultades que lleva consigo la acogida digna de estas personas, la Iglesia anima a reconocer el plan de Dios, incluso en este fenómeno, con la certeza de que nadie es extranjero en la comunidad cristiana, que abraza «todas las naciones, razas, pueblos y lenguas» (Ap 7,9). Cada uno es valioso, las personas son más importantes que las cosas, y el valor de cada institución se mide por el modo en que trata la vida y la dignidad del ser humano, especialmente en situaciones de vulnerabilidad, como es el caso de los niños emigrantes.
También es necesario centrarse en la protección, la integración y en soluciones estables.
Ante todo, se trata de adoptar todas las medidas necesarias para que se asegure a los niños emigrantes protección y defensa, ya que «estos chicos y chicas terminan con frecuencia en la calle, abandonados a sí mismos y víctimas de explotadores sin escrúpulos que, más de una vez, los transforman en objeto de violencia física, moral y sexual» (Benedicto XVI, Mensaje para la Jornada Mundial del Emigrante y el Refugiado 2008).
Por otra parte, la línea divisoria entre la emigración y el tráfico puede ser en ocasiones muy sutil. Hay muchos factores que contribuyen a crear un estado de vulnerabilidad en los emigrantes, especialmente si son niños: la indigencia y la falta de medios de supervivencia a lo que habría que añadir las expectativas irreales inducidas por los medios de comunicación; el bajo nivel de alfabetización; el desconocimiento de las leyes, la cultura y, a menudo, de la lengua de los países de acogida. Esto los hace dependientes física y psicológicamente. Pero el impulso más fuerte hacia la explotación y el abuso de los niños viene a causa de la demanda. Si no se encuentra el modo de intervenir con mayor rigor y eficacia ante los explotadores, no se podrán detener las numerosas formas de esclavitud de las que son víctimas los menores de edad.
Es necesario, por tanto, que los inmigrantes, precisamente por el bien de sus hijos, cooperen cada vez más estrechamente con las comunidades que los acogen. Con mucha gratitud miramos a los organismos e instituciones, eclesiales y civiles, que con gran esfuerzo ofrecen tiempo y recursos para proteger a los niños de las distintas formas de abuso. Es importante que se implemente una cooperación cada vez más eficaz y eficiente, basada no sólo en el intercambio de información, sino también en la intensificación de unas redes capaces que puedan asegurar intervenciones tempestivas y capilares. No hay que subestimar el hecho de que la fuerza extraordinaria de las comunidades eclesiales se revela sobre todo cuando hay unidad de oración y comunión en la fraternidad
En segundo lugar, es necesario trabajar por la integración de los niños y los jóvenes emigrantes. Ellos dependen totalmente de la comunidad de adultos y, muy a menudo, la falta de recursos económicos es un obstáculo para la adopción de políticas adecuadas de acogida, asistencia e inclusión. En consecuencia, en lugar de favorecer la integración social de los niños emigrantes, o programas de repatriación segura y asistida, se busca sólo impedir su entrada, beneficiando de este modo que se recurra a redes ilegales; o también son enviados de vuelta a su país de origen sin asegurarse de que esto corresponda realmente a su «interés superior».
La situación de los emigrantes menores de edad se agrava más todavía cuando se encuentran en situación irregular o cuando son captados por el crimen organizado. Entonces, se les destina con frecuencia a centros de detención. No es raro que sean arrestados y, puesto que no tienen dinero para pagar la fianza o el viaje de vuelta, pueden permanecer por largos períodos de tiempo recluidos, expuestos a abusos y violencias de todo tipo. En esos casos, el derecho de los Estados a gestionar los flujos migratorios y a salvaguardar el bien común nacional se tiene que conjugar con la obligación de resolver y regularizar la situación de los emigrantes menores de edad, respetando plenamente su dignidad y tratando de responder a sus necesidades, cuando están solos, pero también a las de sus padres, por el bien de todo el núcleo familiar.
Sigue siendo crucial que se adopten adecuados procedimientos nacionales y planes de cooperación acordados entre los países de origen y los de acogida, para eliminar las causas de la emigración forzada de los niños.
En tercer lugar, dirijo a todos un vehemente llamamiento para que se busquen y adopten soluciones permanentes. Puesto que este es un fenómeno complejo, la cuestión de los emigrantes menores de edad se debe afrontar desde la raíz. Las guerras, la violación de los derechos humanos, la corrupción, la pobreza, los desequilibrios y desastres ambientales son parte de las causas del problema. Los niños son los primeros en sufrirlas, padeciendo a veces torturas y castigos corporales, que se unen a las de tipo moral y psíquico, dejándoles a menudo huellas imborrables.
Por tanto, es absolutamente necesario que se afronten en los países de origen las causas que provocan la emigración. Esto requiere, como primer paso, el compromiso de toda la Comunidad internacional para acabar con los conflictos y la violencia que obligan a las personas a huir. Además, se requiere una visión de futuro, que sepa proyectar programas adecuados para las zonas afectadas por la inestabilidad y por las más graves injusticias, para que a todos se les garantice el acceso a un desarrollo auténtico que promueva el bien de los niños y niñas, esperanza de la humanidad.
Por último, deseo dirigir una palabra a vosotros, que camináis al lado de los niños y jóvenes por los caminos de la emigración: ellos necesitan vuestra valiosa ayuda, y la Iglesia también os necesita y os apoya en el servicio generoso que prestáis. No os canséis de dar con audacia un buen testimonio del Evangelio, que os llama a reconocer y a acoger al Señor Jesús, presente en los más pequeños y vulnerables.
Encomiendo a todos los niños emigrantes, a sus familias, sus comunidades y a vosotros, que estáis cerca de ellos, a la protección de la Sagrada Familia de Nazaret, para que vele sobre cada uno y os acompañe en el camino; y junto a mi oración os imparto la Bendición Apostólica.
Vaticano, 8 de septiembre de 2016.
Francisco