jueves, 23 de febrero de 2017
martes, 21 de febrero de 2017
CAMPAÑA DE ORACIÓN
Oramos para que la fuerza de Dios se haga grande en ti
OFRECEMOS ESTE SALMO 91 POR TU PRONTA LIBERACIÓN
SALMO 91
1 El que habita al abrigo del Altísimo
se acoge a la sombra del
Todopoderoso.
2 Yo le digo al Señor: «Tú eres mi refugio,
mi fortaleza, el Dios en
quien confío».
3 Solo él puede librarte de las trampas del cazador
y de mortíferas plagas,
4 pues te cubrirá con sus plumas
y bajo sus alas hallarás
refugio.
¡Su verdad será tu escudo y
tu baluarte!
5 No temerás el terror de la noche,
ni la flecha que vuela de
día,
6 ni la peste que acecha en las sombras
ni la plaga que destruye a
mediodía.
7 Podrán caer mil a tu izquierda,
y diez mil a tu derecha,
pero a ti no te afectará.
8 No tendrás más que abrir bien los ojos,
para ver a los impíos recibir
su merecido.
9 Ya que has puesto al Señor por tu[a] refugio,
al Altísimo por tu
protección,
10 ningún mal habrá de sobrevenirte,
ninguna calamidad llegará a
tu hogar.
11 Porque él ordenará que sus ángeles
te cuiden en todos tus
caminos.
12 Con sus propias manos te levantarán
para que no tropieces con
piedra alguna.
13 Aplastarás al león y a la víbora;
¡hollarás fieras y
serpientes!
14 «Yo lo libraré, porque él se acoge a mí;
lo protegeré, porque reconoce
mi nombre.
15 Él me invocará, y yo le responderé;
estaré con él en momentos de
angustia;
lo libraré y lo llenaré de
honores.
16 Lo colmaré con muchos años de vida
y le haré gozar de mi
salvación».
lunes, 20 de febrero de 2017
ORAMOS POR LA LIBERACIÓN DE LA HNA. GLORIA CECILIA
Dios es nuestro REFUGIO y nuestra FUERZA, una ayuda presente
ante los problemas y dificultades, ella solo quiere servir a Dios, extender su
Reino haciendo el bien a niños muy necesitados.
Dios bendiga y proteja a la Hna. Gloria Cecilia Narváez y
transforme el corazón de tantas personas que quieren hacer el mal a personas
buenas.
25 Años de vivir intensamente el compromiso bautismal, respondiendo al llamado de Jesús, como Franciscanas de María inmaculada
Alabamos y bendecimos a Dios por estos 25 años de amor y fidelidad de Dios para nuestras queridas Hermanas Sol Ángel Díaz Villabona y Jeannette Parmantie Rzany
Dios les bendiga mucho y sean siempre muy felices en esta bella Vocación y Consagración
FELICITACIONES
sábado, 4 de febrero de 2017
MENSAJE DE CLAR A LA VIDA CONSAGRADA
Muy
queridas hermanas y hermanos:
¡Muchas felicidades en este “nuestro día”! Nunca acabaremos de
agradecer “nuestra hermosa vocación”, que ha tenido su iniciativa en el amor de
Dios Trinidad. ¿Qué la sostiene en este momento? ¿Qué le apasiona? ¿Qué la
alimenta? Me vienen estas y más preguntas. La vocación no es algo que recibimos
en el pasado, lo sabemos. Se actualiza cada día, como la memoria eucarística.
Hablar de nuestra hermosa vocación es compartir lo que hoy la sostiene, la
impulsa, la preocupa, la apasiona, como nos lo recuerda nuestro querido Papa
Francisco. Por eso, hoy es un día de hacer memoria agradecida.
La vocación es sobre todo una experiencia, un encuentro. La
vocación nos vuelve, por así decirlo, testigos de ese encuentro y con nuestra
vida lo confesamos. Uno de los horizontes de novedad del caminar de la VC en
América Latina y el Caribe es el de volver la mirada a la Trinidad. Y hoy las y
los invito a volver nuestra mirada especialmente a Jesús, el Verbo hecho carne,
y renovar en este día nuestra confessio trinitatis, confesando que Jesús es
nuestro mayor Tesoro, y que nuestra más grande alegría es compartirlo.
Una VC que confiesa que Jesús es su mayor Tesoro es…
Feliz, porque ha encontrado su mayor Tesoro
que es Jesús y porque tiene muchos motivos para la alegría. La tristeza muchas
veces es fruto de nuestra distracción, de nuestra falta de atención ante tanta
gracia y tanta vida que nos envuelve. Lo tenemos todo, lo tenemos a Él. Además
tenemos hermanas y hermanos con quienes compartimos la vida y que nos sostienen
en el camino. Tenemos una casa donde respiramos, nos acogemos y cuidamos
mutuamente; donde tomamos fuerza para la misión. Tenemos además un proyecto de
vida que nos parece apasionante, por el cual damos el salto de la cama cada
mañana y vamos a dormir como quienes han hecho lo que teníamos qué hacer (cf.
Lc 17,10). Tenemos los Sacramentos que nos dan la vida de la gracia, la
Eucaristía y su Palabra. Tenemos a nuestros hermanos más pobres, quienes son
también nuestro tesoro que hay que cuidar. Quien es feliz se siente pleno
porque lo tiene Todo. ¿Realmente mi felicidad está en Jesús? ¿Cuál es el motivo
de algunas de mis tristezas o desalientos? ¿Acostumbro quejarme frecuentemente
de lo que no tengo? Realmente, ¿qué me falta para ser más feliz como consagrada
o consagrado?
Orante, porque como Jesús, sabe buscar
espacios gratuitos para estar con el Padre, en el silencio del corazón y en la
escucha de su Palabra. Porque todo el trabajo y la acción apostólica no agotan
su sed de volver continuamente a la fuente de su amor y de su entrega. Porque
sabe ir contra el tiempo, es decir, buscar tiempos alternativos donde lo que
importa no es el afanoso hacer, ni el buscar resultados, sino el estar, dejarse
hacer, amar. Una VC orante porque quiere decantar los pensamientos, las
palabras, las acciones, las relaciones, los sentimientos, para aclarar el agua,
para ver con más transparencia por dónde nos lleva el Espíritu. Orante también
porque orando es cuando aprende a asimilar tantos rostros, tantas situaciones
que golpean a la humanidad y también nuestro corazón, y desde la oración surge
entonces la palabra, la actitud, el gesto profético que por vocación estamos
llamadas y llamados a testimoniar. ¿Sé crear mis tiempos de oración personal, y
recrearlos cada día, aún en medio de tareas que me absorben? ¿De qué manera
estos tiempos gratuitos marcan y orientan todo mi ser y quehacer durante el
día?
Discípula, pues tiene un Maestro a
quien seguir, y propio de ella es el seguimiento. Una VC que siempre aprende
algo nuevo, que se pone a la escucha del Espíritu y de la humanidad, que sabe
escuchar también a la creación porque en todo, en todo “interviene Dios” (Rm
8,28). Discípula en camino, porque a la escucha le sigue el paso, sigue el
moverse, el salir. Y porque es discípula sabe dialogar, y aprende de las y los
demás con quienes vive su seguimiento de Jesús. ¿Cómo estoy en mi capacidad de
aprender cada día algo nuevo, del Señor, de su Palabra, de las y los demás, de
la vida, de la creación? ¿Advierto y me maravillo ante lo nuevo, o tiendo a
manifestarme satisfecho de mí misma o de mí mismo?
Misionera, como Jesús, el Misionero
del Padre y del Espíritu Santo; porque sale al encuentro de la vida, aprisa,
como María de la Visitación. Porque se sabe consagrada para la misión, es
decir, se sabe enviada, pertenencia de Dios y pertenencia de los demás, y no se
entiende sin servir, sin darse, sin entrega cotidiana, sin pasión por la
salvación de todas y todos. ¿Considero mi vida misionera, esté donde esté, haga
lo que haga? ¿Todo lo que vivo y hago lo vivo misioneramente, para que las y
los demás tengan vida, y vida en abundancia?
Solidaria, porque como Jesús hace suya la causa de los más débiles,
de los pobres, de quien sufre. Solidaria porque es humana, porque comparte la
misma suerte que todos sus hermanos, y no es indiferente ante sus situaciones
de injusticia, de marginación, de desigualdad. ¿Cómo ser hoy una VC solidaria
especialmente con quienes están amenazados en su dignidad por su raza,
condición social, religión, etc.? ¿Qué tendrían qué hacer o decir nuestros
carismas para confesar nuestro amor solidario por la humanidad más vulnerada?
¿Cuáles son, en este momento, las realidades más necesitadas de nuestra
solidaridad concreta?
Pequeña,
como se ha hecho Dios por amor a nosotras/os. Dios escribe con letras pequeñas,
dice un libro[1].
Una VC que vive la radicalidad de la irrelevancia, de la pequeñez, del saber
“pasar como uno de tantos” (Fil 2,6-8), “haciendo el bien” (Hch 10,38). Esta
pequeñez no mengua la fuerza y la audacia propia de las acciones pequeñas, de
los compromisos cotidianos, de la vida que se entrega ya sea en un cargo muy
importante o en una responsabilidad muy sencilla. La pequeñez es alma de las
personas grandes, y tal vez sea la nueva profecía de la VC. ¿Cómo asumo mis
pequeñas-grandes responsabilidades diarias? ¿Le doy importancia a los pequeños
gestos, compromisos? ¿Creo en la fuerza que tiene el camino de la pequeñez, de
las pequeñas acciones que pueden generar grandes cambios?
Profecía, al estilo de la profecía de Jesús,
que fue también martirial. Es cierto que nos falta recuperarla, pero de acuerdo
al hoy. Cuántos hombres y mujeres profetas en la VC de América Latina y el
Caribe, que están sosteniendo la voz de nuestras hermanas y hermanos en
situaciones difíciles, que están cuidando la vida de muchos pueblos, que en los
rinconcitos más remotos están ahí, acompañando con ternura y compasión,
educando, sanando, promoviendo, impulsando; cuántas mujeres y hombres en la VC
adentrados en los ámbitos culturales, proponiendo los valores del Reino como
norma de vida y camino para construir el bien común. Esta profecía de la VC
quiere decirle a la humanidad que el camino no es la fuerza sino la bondad, que
la maldita violencia, como dice la canción, se contrarresta con personas
artesanas de la paz; que la injusticia se denuncia a tiempo y a destiempo
sumándonos todas/os en oración solidaria, en protestas pacíficas, o en acuerdos
comunes; que no estamos de acuerdo con actitudes que amenazan la dignidad de
las personas y de los pueblos; que la prepotencia no triunfa sobre los pueblos
que se unen para defender sus derechos y su soberanía; que los muros sólo
hablan de lo débil que podemos ser para enfrentar la diversidad, de lo egoístas
que podemos llegar a ser cuando queremos preservarnos y engrandecernos a
nosotras/os mismos, del poder que tiene el miedo al encuentro que nos cambia.
Esta profecía desde lo pequeño puede ser atómica, puede provocar la revolución
del amor, de la solidaridad, de la igualdad, de la fraternidad que salvará al
mundo de sus intereses egoístas, que nos están llevando a una gran
deshumanización.
Celebrar este día de la VC nos dice hoy muchas cosas. No nos
desanimemos por estar disminuyendo, por tener más canas y años, por los pocos
relevos y por las famosas obras que nos sobrepasan. Nuestros desafíos son tan
grandes como los que vivieron las primeras comunidades de la Iglesia naciente.
Que nos anime la fuerza de nuestra hermosa vocación, la cual nos hace vivir
este momento con pasión, porque estamos convencidas y convencidos de que
nuestra VC vale la pena, vale la vida, y que mientras descubrimos sus nuevas
formas, no dejamos de entregarnos desde lo pequeño y cotidiano, desde lo que
hoy nos sostiene, nos apasiona, nos empuja a salir aprisa al encuentro de la
vida. Y lo que nos sostiene, apasiona y empuja es nuestro Tesoro, Jesús. Una VC
así, necesariamente es fecunda, y creo en lo profundo de mi corazón, que si
vivimos así, estamos en camino de verla florecer y de hacer que acontezca la
cosecha.
María de la Visitación,
nos sostiene en esta esperanza. Ella, que ha sabido de espadas que atraviesan
el corazón, sabe que una VC atravesada por la espada del desconcierto y de la
dificultad, va por un camino de Evangelio y de significatividad profética.
Desde luego, en la medida que viva feliz, que sea orante, discípula, misionera,
solidaria, pequeña y profeta; en la medida que sea memoria del modo de ser y de
actuar de Jesús.
Hna. Mercedes L.
Casas Sánchez, FSpS
Presidenta de la CLAR
MENSAJE DEL SANTO PADRE FRANCISCO PARA LA JORNADA MUNDIAL DEL MIGRANTE Y DEL REFUGIADO
Queridos hermanos y hermanas:
«El que acoge a un niño como este en mi nombre, me acoge a mí; y
el que me acoge a mí, no me acoge a mí, sino al que me ha enviado» (Mc 9,37;
cf. Mt 18,5; Lc 9,48; Jn 13,20). Con estas palabras, los evangelistas recuerdan
a la comunidad cristiana una enseñanza de Jesús que apasiona y, a la vez,
compromete. Estas palabras en la dinámica de la acogida trazan el camino seguro
que conduce a Dios, partiendo de los más pequeños y pasando por el Salvador.
Precisamente la acogida es condición necesaria para que este itinerario se
concrete: Dios se ha hecho uno de nosotros, en Jesús se ha hecho niño y la
apertura a Dios en la fe, que alimenta la esperanza, se manifiesta en la
cercanía afectuosa hacia los más pequeños y débiles. La caridad, la fe y la
esperanza están involucradas en las obras de misericordia, tanto espirituales
como corporales, que hemos redescubierto durante el reciente Jubileo
extraordinario.
Pero
los evangelistas se fijan también en la responsabilidad del que actúa en contra
de la misericordia: «Al que escandalice a uno de estos pequeños que creen en
mí, más le valdría que le colgasen una piedra de molino al cuello y lo
arrojasen al fondo del mar» (Mt 18,6; cf. Mc 9,42; Lc 17,2). ¿Cómo no pensar en
esta severa advertencia cuando se considera la explotación ejercida por gente
sin escrúpulos, ocasionando daño a tantos niños y niñas, que son iniciados en
la prostitución o atrapados en la red de la pornografía, esclavizados por el
trabajo de menores o reclutados como soldados, involucrados en el tráfico de
drogas y en otras formas de delincuencia, obligados a huir de conflictos y
persecuciones, con el riesgo de acabar solos y abandonados?
Por
eso, con motivo de la Jornada Mundial del Emigrante y del Refugiado, que se
celebra cada año, deseo llamar la atención sobre la realidad de los emigrantes
menores de edad, especialmente los que están solos, instando a todos a hacerse
cargo de los niños, que se encuentran desprotegidos por tres motivos: porque
son menores, extranjeros e indefensos; por diversas razones, son forzados a
vivir lejos de su tierra natal y separados del afecto de su familia.
Hoy, la
emigración no es un fenómeno limitado a algunas zonas del planeta, sino que
afecta a todos los continentes y está adquiriendo cada vez más la dimensión de
una dramática cuestión mundial. No se trata sólo de personas en busca de un
trabajo digno o de condiciones de vida mejor, sino también de hombres y
mujeres, ancianos y niños que se ven obligados a abandonar sus casas con la
esperanza de salvarse y encontrar en otros lugares paz y seguridad. Son
principalmente los niños quienes más sufren las graves consecuencias de la
emigración, casi siempre causada por la violencia, la miseria y las condiciones
ambientales, factores a los que hay que añadir la globalización en sus aspectos
negativos. La carrera desenfrenada hacia un enriquecimiento rápido y fácil
lleva consigo también el aumento de plagas monstruosas como el tráfico de
niños, la explotación y el abuso de menores y, en general, la privación de los
derechos propios de la niñez sancionados por la Convención Internacional sobre
los Derechos de la Infancia.
La edad
infantil, por su particular fragilidad, tiene unas exigencias únicas e
irrenunciables. En primer lugar, el derecho a un ambiente familiar sano y
seguro donde se pueda crecer bajo la guía y el ejemplo de un padre y una madre;
además, el derecho-deber de recibir una educación adecuada, sobre todo en la
familia y también en la escuela, donde los niños puedan crecer como personas y
protagonistas de su propio futuro y del respectivo país. De hecho, en muchas
partes del mundo, leer, escribir y hacer cálculos elementales sigue siendo
privilegio de unos pocos. Todos los niños tienen derecho a jugar y a realizar
actividades recreativas, tienen derecho en definitiva a ser niños.
Sin
embargo, los niños constituyen el grupo más vulnerable entre los emigrantes,
porque, mientras se asoman a la vida, son invisibles y no tienen voz: la
precariedad los priva de documentos, ocultándolos a los ojos del mundo; la
ausencia de adultos que los acompañen impide que su voz se alce y sea
escuchada. De ese modo, los niños emigrantes acaban fácilmente en lo más bajo
de la degradación humana, donde la ilegalidad y la violencia queman en un
instante el futuro de muchos inocentes, mientras que la red de los abusos a los
menores resulta difícil de romper.
¿Cómo
responder a esta realidad?
En
primer lugar, siendo conscientes de que el fenómeno de la emigración no está
separado de la historia de la salvación, es más, forma parte de ella. Está
conectado a un mandamiento de Dios: «No oprimirás ni vejarás al forastero,
porque forasteros fuisteis vosotros en Egipto» (Ex 22,20); «Amaréis al
forastero, porque forasteros fuisteis en Egipto» (Dt 10,19). Este fenómeno es
un signo de los tiempos, un signo que habla de la acción providencial de Dios
en la historia y en la comunidad humana con vistas a la comunión universal. Sin
ignorar los problemas ni, tampoco, los dramas y tragedias de la emigración, así
como las dificultades que lleva consigo la acogida digna de estas personas, la
Iglesia anima a reconocer el plan de Dios, incluso en este fenómeno, con la
certeza de que nadie es extranjero en la comunidad cristiana, que abraza «todas
las naciones, razas, pueblos y lenguas» (Ap 7,9). Cada uno es valioso, las personas
son más importantes que las cosas, y el valor de cada institución se mide por
el modo en que trata la vida y la dignidad del ser humano, especialmente en
situaciones de vulnerabilidad, como es el caso de los niños emigrantes.
También
es necesario centrarse en la protección, la integración y en soluciones
estables.
Ante
todo, se trata de adoptar todas las medidas necesarias para que se asegure a
los niños emigrantes protección y defensa, ya que «estos chicos y chicas
terminan con frecuencia en la calle, abandonados a sí mismos y víctimas de
explotadores sin escrúpulos que, más de una vez, los transforman en objeto de
violencia física, moral y sexual» (Benedicto XVI, Mensaje para la Jornada
Mundial del Emigrante y el Refugiado 2008).
Por
otra parte, la línea divisoria entre la emigración y el tráfico puede ser en
ocasiones muy sutil. Hay muchos factores que contribuyen a crear un estado de
vulnerabilidad en los emigrantes, especialmente si son niños: la indigencia y
la falta de medios de supervivencia ―a lo que habría que añadir las
expectativas irreales inducidas por los medios de comunicación―; el bajo nivel de
alfabetización; el desconocimiento de las leyes, la cultura y, a menudo, de la
lengua de los países de acogida. Esto los hace dependientes física y
psicológicamente. Pero el impulso más fuerte hacia la explotación y el abuso de
los niños viene a causa de la demanda. Si no se encuentra el modo de intervenir
con mayor rigor y eficacia ante los explotadores, no se podrán detener las
numerosas formas de esclavitud de las que son víctimas los menores de edad.
Es
necesario, por tanto, que los inmigrantes, precisamente por el bien de sus
hijos, cooperen cada vez más estrechamente con las comunidades que los acogen.
Con mucha gratitud miramos a los organismos e instituciones, eclesiales y
civiles, que con gran esfuerzo ofrecen tiempo y recursos para proteger a los
niños de las distintas formas de abuso. Es importante que se implemente una
cooperación cada vez más eficaz y eficiente, basada no sólo en el intercambio
de información, sino también en la intensificación de unas redes capaces que
puedan asegurar intervenciones tempestivas y capilares. No hay que subestimar
el hecho de que la fuerza extraordinaria de las comunidades eclesiales se
revela sobre todo cuando hay unidad de oración y comunión en la fraternidad
En
segundo lugar, es necesario trabajar por la integración de los niños y los
jóvenes emigrantes. Ellos dependen totalmente de la comunidad de adultos y, muy
a menudo, la falta de recursos económicos es un obstáculo para la adopción de
políticas adecuadas de acogida, asistencia e inclusión. En consecuencia, en
lugar de favorecer la integración social de los niños emigrantes, o programas
de repatriación segura y asistida, se busca sólo impedir su entrada,
beneficiando de este modo que se recurra a redes ilegales; o también son
enviados de vuelta a su país de origen sin asegurarse de que esto corresponda
realmente a su «interés superior».
La
situación de los emigrantes menores de edad se agrava más todavía cuando se
encuentran en situación irregular o cuando son captados por el crimen
organizado. Entonces, se les destina con frecuencia a centros de detención. No
es raro que sean arrestados y, puesto que no tienen dinero para pagar la fianza
o el viaje de vuelta, pueden permanecer por largos períodos de tiempo
recluidos, expuestos a abusos y violencias de todo tipo. En esos casos, el
derecho de los Estados a gestionar los flujos migratorios y a salvaguardar el
bien común nacional se tiene que conjugar con la obligación de resolver y
regularizar la situación de los emigrantes menores de edad, respetando
plenamente su dignidad y tratando de responder a sus necesidades, cuando están
solos, pero también a las de sus padres, por el bien de todo el núcleo familiar.
Sigue
siendo crucial que se adopten adecuados procedimientos nacionales y planes de
cooperación acordados entre los países de origen y los de acogida, para
eliminar las causas de la emigración forzada de los niños.
En
tercer lugar, dirijo a todos un vehemente llamamiento para que se busquen y
adopten soluciones permanentes. Puesto que este es un fenómeno complejo, la
cuestión de los emigrantes menores de edad se debe afrontar desde la raíz. Las
guerras, la violación de los derechos humanos, la corrupción, la pobreza, los
desequilibrios y desastres ambientales son parte de las causas del problema.
Los niños son los primeros en sufrirlas, padeciendo a veces torturas y castigos
corporales, que se unen a las de tipo moral y psíquico, dejándoles a menudo huellas
imborrables.
Por
tanto, es absolutamente necesario que se afronten en los países de origen las
causas que provocan la emigración. Esto requiere, como primer paso, el
compromiso de toda la Comunidad internacional para acabar con los conflictos y
la violencia que obligan a las personas a huir. Además, se requiere una visión
de futuro, que sepa proyectar programas adecuados para las zonas afectadas por
la inestabilidad y por las más graves injusticias, para que a todos se les
garantice el acceso a un desarrollo auténtico que promueva el bien de los niños
y niñas, esperanza de la humanidad.
Por
último, deseo dirigir una palabra a vosotros, que camináis al lado de los niños
y jóvenes por los caminos de la emigración: ellos necesitan vuestra valiosa
ayuda, y la Iglesia también os necesita y os apoya en el servicio generoso que
prestáis. No os canséis de dar con audacia un buen testimonio del Evangelio,
que os llama a reconocer y a acoger al Señor Jesús, presente en los más
pequeños y vulnerables.
Encomiendo
a todos los niños emigrantes, a sus familias, sus comunidades y a vosotros, que
estáis cerca de ellos, a la protección de la Sagrada Familia de Nazaret, para
que vele sobre cada uno y os acompañe en el camino; y junto a mi oración os
imparto la Bendición Apostólica.
Vaticano,
8 de septiembre de 2016.
Francisco
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